Fedora Silverblue hace que usar Linux sea aburrido
Hace seis años mi visión y mis necesidades en torno a GNU/Linux dieron un giro radical. En algún mes de aquel 2016, no recuerdo cuál exactamente, decidí darle la espalda a una de las características más destacadas del sistema: la personalización. Aquello tuvo una consecuencia, y es la búsqueda del sistema GNU/Linux que más se ajustara a la ley del mínimo esfuerzo.
Desde entonces fui bailando entre distribuciones que tenían como principal característica el ponerlo fácil al usuario, y hasta otoño de 2019 estuve entre Ubuntu, Manjaro con KDE y KDE neon. Linux Mint la probé, pero ninguno de los tres escritorios que sirve me dejan satisfecho a la hora de ejecutar de videojuegos, área en la que veo a GNOME y KDE Plasma por encima del resto, incluso de un gestor de ventanas como OpenBox (tengo pendiente probar Sway a fondo).
Mi búsqueda de usar GNU/Linux bajo la ley del mínimo esfuerzo no solo me llevó hacia sistemas de escritorio precocinados, sino que además a duras penas me molesto en personalizar nada. Las únicas cosas que he hecho desde entonces han sido intercalar entre los temas claro y oscuro de Brisa en KDE Plasma, cambiar Ambiance por Yaru en Ubuntu 18.04 LTS debido a que el primero luce horrible en GNOME Shell y, más recientemente, usar los temas oscuro y claro de Adwaita, el primero en el portátil debido al pobre contraste que ofrece el panel de la pantalla y el segundo en el sobremesa, ya que no soy fan de los temas oscuros.
Durante mi travesía volví a petición de Jose y casi sin querer a Fedora, la distribución que hace una década me consolidó como usuario de GNU/Linux. A través de la versión 31 de la edición Workstation pude comprobar que Fedora había superado definitivamente aquel descalabro que fue la versión 18, un descalabro de tal magnitud que hizo que la distribución deambulara durante años por el desierto.
Además de una distribución que había resucitado, descubrí un sistema fuertemente apoyado en la automatización. Aquello me maravilló por completo porque era justo lo que necesitaba para terminar de asentarme y consolidar aquella tendencia de usar GNU/Linux bajo la ley del mínimo esfuerzo. La forma en la que están implementados GNOME, systemd y Flatpak contribuían a ahorrarme mucho tiempo y a que no tuviera que estar especialmente pendiente del sistema operativo. Encender, usar y apagar. ¿Para qué más?
Una de las cosas más importantes que vi mientras usaba Fedora Workstation fue que había destruido un mito muy extendido en la computación en general, incluso entre los propios usuarios de GNU/Linux, y es que el software libre no se puede automatizar. Durante décadas se asumió que el software libre conllevaba forzosamente un trabajo extra frente al software privativo, porque, sin saber muy bien el motivo o el origen, había una suerte de mística diciendo que el software libre no se podía automatizar.
Fedora se ha encargado de tumbar ese mito combinando un sistema altamente automatizado con una base que es casi software libre en estado puro, ya que los únicos componentes privativos presentes en los repositorios oficiales están relacionados con el soporte de hardware y su seguridad. Todo lo montado sobre eso es software libre, así que ahí la comunidad tras la distribución hizo un buen trabajo para tumbar un muro que muchos creían insorteable.
Fedora Silverblue: rizando el rizo para alcanzar el aburrimiento absoluto
Durante mis primeros nueve años como usuario de GNU/Linux fui un distrohopper de cuidado, pero a partir de 2016 todo se fue ralentizando hasta detenerse en 2019, cuando migré a Fedora Workstation. Ahí estuve dos años, hasta que en otoño de 2021 decidí cambiar de sistema para darle una verdadera oportunidad a Fedora Silverblue.
El concepto de Fedora Silverblue, aunque no lo dominaba por entonces, me atraía bastante debido a que por diseño se encarga de poner fin de raíz a ciertos problemas que siempre han acompañado al escritorio GNU/Linux. Sin embargo, veía que la integración de rpm-ostree en GNOME Software no funcionaba, lo que forzaba a realizar el proceso de actualización a través de la línea de comandos y por ende rompía esa postura de que había adoptado en torno al mínimo esfuerzo.
Por suerte, todo aquello cambió, precisamente, en otoño de 2021 con el lanzamiento de Fedora 35. En aquella versión vi que la integración de rpm-ostree con GNOME Software ya funcionaba, lo que unido a los problemas de estabilidad iniciales de la edición Workstation me animaron a dar el salto a Silverblue.
Cinco años después de darle la espalda a la personalización y adoptar la actitud del mínimo esfuerzo, volví a encontrarme, parcialmente, con esa emoción que sentía en mi era de distrohopper, cuando probaba distribuciones de forma casi indiscriminada para no parar de descubrir cosas nuevas. Con Fedora Silverblue quedé realmente impresionado porque no tenía delante de mí al típico sistema mutable con systemd u otro init de los que podríamos considerar como unixeros, sino que estaba ante todo un cambio paradigma que me voló la cabeza.
Ver que el sistema de ficheros es en un porcentaje importante de solo lectura, las restricciones a la hora de manipular el “núcleo duro” de la imagen base del sistema, el propio rpm-ostree y la separación con respecto al sistema que aporta Flatpak me mostraron otro mundo, que había otra forma de orientar el escritorio GNU/Linux de forma que todo estuviera más ordenado.
Flatpak, aparte de separar las aplicaciones del sistema, se encarga de ofrecer un marco bastante automatizado para su mantenimiento, aunque conviene mirar GNOME Software de vez en cuando por si alguna se ha quedado rezagada o pide permisos adicionales. Por otro lado, rpm-ostree se encarga de evitar los riesgos de las actualizaciones en caliente, las molestias de las actualizaciones fuera de línea y en buena medida la posible rotura del sistema.
Tras unos tres meses, ya en el año 2022, Fedora Silverblue se asentó en mi producción para convertirse en el sistema GNU/Linux que más me aburre usar de todos los que he usado. Muchos linuxeros, llegados a ese punto, buscarían nuevas experiencias, pero yo agradezco que todo se haya vuelto aburrido, que todo se haya vuelto una rutina de encender, usar y apagar sin apenas contratiempos y de forma gráfica casi al 100% (eso sí, la configuración inicial requiere de consola).
Cierto es que Fedora Silverblue es todavía un producto al que le falta mucho por madurar, cosa que también atañe a Flatpak, pero desde hace un tiempo no soy más que un usuario de oficina al que le gusta jugar, y para eso Fedora Silverblue me ha aportado el marco más tranquilo que haya visto en un sistema operativo.
Imagen de portada: Unsplash
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