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Tuxedo también apuesta por Wayland por defecto

Tuxedo Computers ha anunciado que Wayland pasa a ser la opción gráfica predeterminada en uno de sus equipos más recientes, el InfinityBook Max 15, un movimiento que va más allá del simple ajuste técnico y que puede leerse como una declaración de intenciones: Wayland ya está listo para el uso diario en hardware Linux bien soportado. Algo a priori coherente, pero no tan común como se podría imaginar, pese al inmenso avance experimentado en los últimos años.

De hecho, hace muchos años que el protocolo gráfico se extiende en el escritorio Linux con la promesa de dejar atrás a X11 y resolver muchas de sus limitaciones históricas. Seguridad, rendimiento, simplicidad en el diseño y una arquitectura más acorde a los tiempos actuales han sido siempre sus grandes argumentos, pero la transición ha sido lenta, irregular y, en ocasiones, frustrante para el usuario final. Y en algunos casos, lo sigue siendo.

Hoy, sin embargo, empiezan a darse señales claras de madurez y por fin podemos sostener que Wayland ya no es el futuro, sino el presente del escritorio Linux en términos absolutamente generalizados. Aun cuando el soporte de X11 seguirá existiendo, la apuesta de la gran mayoría de las grandes distribuciones por Wayland es firme y solo en el último par de años ha cambiado todo. Pero ¿y más allá del software? ¿Qué dicen quienes se dedican también al hardware?

De promesa a realidad

Wayland no es algo nuevo. Lleva más de una década y media en desarrollo y ha sido adoptado progresivamente por los principales entornos de escritorio, con GNOME a la cabeza y KDE Plasma siguiendo una evolución algo más conservadora, pero constante. Aun así, durante mucho tiempo su uso ha estado marcado por carencias importantes: problemas con controladores, especialmente con NVIDIA; funciones básicas ausentes o incompletas; y una experiencia desigual según la combinación de hardware y software.

Pero el escenario ha cambiado de forma notable en los últimos años: GNOME ya ha adelantado su intención de dar soporte únicamente a Wayland y, con algo más de margen, KDE ha hecho lo mismo. Y estos dos entornos, la hegemonía del escritorio Linux por más alternativas que existan, han marcado la senda a seguir por las distribuciones: cada vez son menos las que ofrecen ediciones con GNOME o Plasma y Wayland de manera predeterminada, incluso cuando se usa NVIDIA.

Todo esto se ha conseguido, sobra añadir, gracias a una mejora sustancial del soporte de controladores, incluidas las GPU dedicadas, y el trabajo realizado en capas intermedias como PipeWire, xdg-desktop-portal o los propios compositores. Un esfuerzo que ni por asomo ha concluido, pero que ya ha cimentado una base lo suficientemente óptima como para que prácticamente cualquier usuario perciba las ventajas de Wayland con el mero uso del día a día.

Tuxedo apuesta por Wayland

En este contexto se entiende mejor la decisión de Tuxedo. La compañía alemana no se limita a ensamblar hardware compatible con Linux, sino que trabaja activamente en la integración entre sistema operativo, controladores y firmware. Por supuesto, su experiencia con su propia distribución, Tuxedo OS, les permite validar configuraciones concretas y reducir al mínimo los puntos de fricción.

Según explican, el salto a Wayland como opción predeterminada en el InfinityBook Max 15 se apoya en varios pilares clave: estabilidad en el uso diario, compatibilidad plena con funciones esenciales como escalado de ventanas, suspensión y reanudación del sistema, y soporte completo de herramientas habituales en el escritorio moderno, desde aplicaciones Qt y GTK hasta software profesional.

Uno de los aspectos más relevantes es el soporte de Wayland para funciones tradicionalmente problemáticas en entornos virtualizados o con hardware específico, como el escalado dinámico de pantalla o la integración con herramientas de virtualización. Tuxedo destaca que estas capacidades, antes asociadas casi en exclusiva a X11, ya están plenamente operativas en Wayland en sus equipos.

El papel del hardware bien integrado

Conviene subrayar un matiz importante: el avance de Wayland no puede desligarse del hardware sobre el que se ejecuta. Parte de su mala fama histórica proviene de configuraciones genéricas o mal soportadas, donde cualquier problema gráfico terminaba atribuyéndose al protocolo en sí. En este sentido, marcas especializadas como Tuxedo han demostrado que, cuando el hardware está pensado desde el inicio para Linux, la experiencia cambia radicalmente.

En el caso concreto de Tuxedo, el control sobre la cadena completa —BIOS, firmware, kernel, controladores y entorno gráfico— permite ofrecer una experiencia coherente, algo que resulta mucho más difícil en equipos de propósito general. Wayland se beneficia especialmente de este enfoque, ya que reduce la dependencia de soluciones heredadas y se apoya en implementaciones modernas bien afinadas. Este es el último eslabón de la cadena, uno de lo que no se suele hablar.

¿El principio del fin de X11?

Pese a estos avances, sería precipitado hablar del fin inmediato de X11. El veterano servidor gráfico sigue siendo una opción válida en muchos escenarios y continúa siendo necesario para determinados flujos de trabajo, aplicaciones antiguas o configuraciones muy específicas. De hecho, la mayoría de distribuciones mantienen X11 como alternativa, aunque cada vez más relegada y, cuando dejen de hacerlo, mantendrán componentes como XWayland para asegurar la compatibilidad.

Lo que sí parece claro es que el centro de gravedad del escritorio Linux se ha desplazado finalmente, y es que Wayland ya no es una opción experimental reservada a pioneros, sino una base sólida sobre la que se construye el presente —y el futuro, una cosa no quita la otra— de los entornos gráficos más relevantes del ecosistema, que a fin de cuentas son los que están marcando el ritmo del cambio. Por lo que ya se ha comentado: cualquiera puede constatarlo por sí mismo.

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