Cómo llegamos a Linux. La aparición de las licencias de software
Continuando con esta serie de historias sobre como llegamos hasta Linux, vamos a ocuparnos del software y sus licencias
. Habíamos visto como en los 60, la necesidad de competir de igual a igual a la URSS llevó a los Estados Unidos a buscar la cooperación interuniversitaria creando una red que uniera a los diferentes centros de investigación, y, como los desarrolladores de dicha red crearon una metodología de trabajo que después adoptarían las comunidades de proyectos de software libre. Gracias a esa metodología en los 70 se desarrolló un protocolo común para todos los tipos de conexiones.
Hoy es imposible encontrar un lugar donde no haya una computadora. Pero, en los comienzos era algo parecido a lo que hoy sería un avión de pasajeros. El propio Thomas Watson, fundador de IBM había dicho en 1949
Yo creo que hay un mercado mundial tal vez para 5 computadoras.
Para rentabilizar la investigación, desarrollo y producción de estos equipos fue necesario buscar formas alternativas de comercialización. Para aquellas empresas que no se podían permitir comprar o alquilar un equipo, surgió la opción de alquilar el tiempo de uso y proporcionar los conocimientos técnicos
Bajo esta metodología los clientes entregaban a las empresas de informática los datos que era necesario procesar y las instrucciones sobre cómo hacerlo y recibían el resultado en forma impresa varios días después. Originalmente el procesamiento se hacía de a uno en uno. El llamado procesamiento por lotes.
Cómo llegamos hasta Linux. Compartiendo software y hardware
A fines de la década del 50 se inventó el primer sistema de tiempo compartido que permitía a una computadora hacer otra tarea mientras esperaba la respuesta de una impresora u otro dispositivo conectado. Esto disminuyó considerablemente los tiempos de procesamiento.
Pronto, las empresas que habían comprado o alquilado una computadora descubrieron que ellos también podían alquilar sus equipos durante el tiempo no utilizado. Esto era tan rentable que no solo amortizaba el costo de compra si no que resultaba una buena fuente de ingresos.
A los ingresos por el uso del ordenador y asesoramiento técnico se fueron sumando otros. Cuando fue posible acceder a las computadoras en forma remota se agregó el alquiler de espacio para el almacenamiento de datos, las líneas telefónicas especiales para mantener un enlace directo, y de las terminales que permitían el acceso.
Algunos clientes necesitaban un software no estándar para el procesamiento de datos. Ese programa podía ser desarrollado por el propio cliente o por la empresa que proveía el servicio. Algunas de estas descubrieron que un programa desarrollado por un cliente podía adaptarse sin problemas a las necesidades de otros clientes. A cambio del pago de una regalía al desarrollador original comenzaron a ofrecerlo como un servicio adicional. Habían nacido las licencias de software.
Para entender el cambio de paradigma que significó este concepto, tenemos que recordar que los principales fabricantes de computadoras habían sido antes fabricantes de maquinaria de oficina que eran fundamentalmente mecánicas. La idea que podía comercializarse algo intangible nunca había pasado por su cabeza. Por otra parte, las grandes desarrolladoras de software fueron las universidades estadounidenses, en aquel momento más interesadas en compartir conocimientos que en generar divisas.
A medida que la provisión de software mediante licencias fue convirtiéndose en un negocio, quienes ganaban plata con él comenzaron a sentirse molestos con las fabricantes de hardware y su costumbre de proveerlo en forma gratuita. Incluso el gobierno norteamericano calificó esta práctica de anticompetitiva en un juicio antimonopólico contra IBM.
Cuatro años más tarde, en 1974, Estados Unidos incluyó al software como sujeto de derecho de autor ya que era “la creación original de un autor”.
Para esa época AT&T (una empresa que va a tener un par de artículos para ella sola) comenzó a distribuir las primeras versiones de su sistema operativo Unix en forma gratuita a gobiernos y universidades, pero sin autorizar la redistribución en forma original o con modificaciones.
Una década después, cuando ya tenía el mercado cautivo, comenzó a cobrar por las actualizaciones.
Y eso nos deja en la puerta de la historia del señor de barba y la impresora, que quedará para un próximo artículo.
Prometo que cuando termine esta parte de la serie, voy a cumplir mi palabra de incluir la bibliografía.